El ardor del tequila quemaba su garganta, el ruido del vaso impactando contra la mesa, el suspiro de sus labios, el sonido de su voz pidiendo otro vaso, y aún así todo parecía estar en estéreo, ajeno a su persona. Dispuesto a olvidar. Sabiéndose una persona patética, acostumbrado a no beber, acostumbrado a una vida lejos del ardor que sentía su garganta y al dulce amargor en su boca. Giró el vaso lentamente, viendo como el líquido respondía por sí sólo a la gravedad. Qué sencillo sería que las cosas fueran así de sencillas. Se dijo. Qué sencillo sería tener una ley universal para decidir, para preguntarle cual es la óptima solución. Y mientras giraba el vaso sus ideas se arremolinaban en su mente, en torno a una chispa de vida que quedaba allí. Esa única que intentaba ahogar con el tequila. La única esperanza que conservaba su mente por no tirar su vida por el precipicio de cristal de un vaso de alcohol. 

Sentado en la barra de un bar, con ambos brazos en la madera, sosteniendo el vaso frente a sus ojos, viendo el líquido teñido de un color peculiar. Con una media sonrisa delicadamente puesta en sus labios. Con ese aspecto desaliñado, esa barba de 3 días sin afeitar y el pelo alborotado a su placer. Ese toque de gomina en un acto desesperado de adecentarse sin éxito. Demasiado cansado para intentarlo una segunda vez sabía que su pelo no iba a dejarse domar. Así que había desistido y al parecer, ya había desistido en muchas cosas. Como en conjuntar su ropa, ataviado con unos sencillos tejanos, rotos y desgastados, con los años vividos a base de desgarros y desteñidos, y una camisa de cuadros cualquiera, algo fácil y rápido. Como su estilo de vida. En tanto que el tequila seguía moviéndose con facilidad en el vaso. Deslizándose cual serpiente por el cristal. 

Se vio a sí mismo como un miserable, bebiendo cuanto pudo, agarrándose a la esperanza que el alcohol ayudaría a olvidar los restos de algo que había estallado en millones de pedazos, aquello que solía ser la vida. Como una bofetada, como un plato al caer, como una explosión del universo entero, desperdigando restos de sí por doquier. Quiso creer que podría recomponerlos, pero al darse cuenta de cuán pequeños eran desistió, tardaría demasiado en recomponer lo roto, así que tendría que buscar algo nuevo, como una bocanada de aire freso, renovador, y sin embargo se hallaba bebiendo tequila. Tequila –pensó para sí-, estoy bebiendo ¡ni más ni menos que tequila! Hasta que punto he llegado…

–Chico, vamos a cerrar… -le anunció la camarera que le miraba de reojo limpiando los restos de los vasos de otra persona.

–¿Cuánto rato llevo aquí bebiendo? –preguntó sacudiendo la cabeza.

–Demasiado para la salud de tu hígado, ¿tienes algún problema grave?

–Si sabes recomponer un corazón roto dejaré de tener un problema.

Dejó los billetes que creyó que saldaban su alcohólica deuda y marchó en dirección a casa. Preparado para la noche de soledad que le aguardaba en la cama.

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