La
ventana siempre de par en par, por más frío que haga, como esperando a un
eterno Peter. El café a medias y las ganas de vivir escapándose entre sus
labios, como los susurros que siempre le dedicaba a las estrellas. Él se
enamoró de su fragilidad, de sus labios carmín y sus ojos asustadizos que le
huían entre sonrisas a medio terminar. Del olor a mar de su piel. Y es que ella
parecía sacada de otro mundo, y las teorías de la vida y el universo se veían
revocadas en un ser tan bello como ella, que arremolinada entre sus mantas
parecía un cervatillo indefenso ante la noche. Debía ser un ángel, o al menos
un ser de otra especie. Pues no había ser humano tan bello, se dijo el chico.
Así
que se acercó a ella, se sentó en el filo de la cama y le ofreció un beso. Ella
aceptó de buena gana dejando parte del carmín en sus labios y ante tal aspecto
ella sonrió tiernamente.
—Cuéntame
otra vez lo de las implosiones –le pidió entre susurros acurrucándose entre sus
brazos.
—Las
estrellas más grandes –empezó él con un
tono de voz bajo, hablándole a la cabellera marrón y frondosa- están formadas
de muchos gases que generan luz, poco a poco estos gases se van agotando…
—¿Cómo
si envejecieran?
—Puedes
llamarlo así si quieres… -siguió mientras le acariciaba los mechones e
inspiraba ese olor a mar tan de ella-. El caso es que cuando agotan algunos de
estos gases la estrella se colapsa y se producen explosiones en las capas
superiores, y la onda expansiva de estas llega al núcleo, y es sólo entonces
cuando el núcleo explota y por eso se le llama implosión porque primero se
produce fuera y luego va hacia el interior, no como suele suceder en nuestras
vidas que es desde dentro a fuera… Entonces de la implosión sale la supernova,
la estrella que más luz emite, tan brillante que si miramos bien al cielo
podríamos ver su brillo, y su energía llega a todas partes del universo. Como
un rayo de luz que ilumina todo lo que ve y toca, como algo que crea y destruye
a la vez, y puede durar un mes brillando, hasta que esa luz se agota y la
estrella ha muerto para siempre.
En
la habitación se hizo un inmenso silencio, él pensó que quizás se habría
dormido, y miró al techo, pensando en todas esas supernovas que había visto en
fotos y sonrió abrazando a esa mujer de otro mundo, con el carmín de ella en
las comisuras y se deleitó en su perfume, y es el que el paraíso se le había
mostrado en cuerpo de mujer, en esencia de mar, y en labios de locura. Jamás
pensó que después de todo podría acabar así, contándole las teorías del
universo al paraíso en persona, a la divinidad de su piel. Pasando las noches,
una a una creando galaxias entre las constelaciones de su piel, deleitándose
entre los recovecos del placer y la lujuria, abandonando todo principio
científico para experimentar la magia de su ardor.
—Kenneth…
—murmuró ella arrugando el ceño, algo que él no apreció en la penumbra.
—Dime.
—Sigo sin entender porqué me llamas supernova.
—Sencillo,
tú iluminas mi vida con tanta fuerza como las supernovas al universo.
Es un texto interesante, pero, no sé, noto que falla algo, y que algo a su vez resulta un poco reiterativo. No es de tus mejores escritos en cuanto a intriga argumental, pero la narración continúa siendo amena y asequible.
ResponderEliminar¡Sigue así! Besitos.
Precioso, es... Maravilloso, y esa explicación final de por qué la llama supernova... Sientes calidez.
ResponderEliminarMe ha encantado, sobre todo el pasaje del final :)
ResponderEliminarMe ha cautivado lo de la supernova, aparte de ser una palabra que me gusta mucho, es un elemento del universo fascinante.
Besitos :)