Recordaba
a Maggie como si fuera ayer. Como si su jovial risa hubiera estallado en mi
oreja sólo hace un par de segundos. Pero a ambas se nos fue el verano. Recuerdo
su sonrisa y sus pecas, -miles de ellas-, poblando sus mejillas. A la mente me
viene su olor a vainilla y el cacao sabor fresa de sus labios, carnosos y
suaves. ¿Dónde quedó eso Maggie?
Septiembre
me recuerda que Maggie no está, que se fue para siempre. Mientras yo persigo mi
quimera, ir allá a dónde ella esté. Avanzando por el horizonte y navegando
mares turbios de relaciones a medio sentir. Lo cierto es que desde que Maggie
se fue yo nunca he podido sentir nada por nadie, no porque no lo merecieran,
estaba la siempre linda Susan y la indomable Phoebe, pero yo jamás las había
amado como había amado a Maggie. Ella, con su pelo naranja y sus pecas, con ese
encanto y esa facilidad para hacerme volar, para hacerme levitar entre nubes de
algodón, mirando atardeceres en su más pálida piel. Solíamos dejar volar la
imaginación, tumbadas en la cama, con nuestros pequeñísimos quince años. O en
la hierba imaginando formas en el cielo, contando historias imposibles de
princesas que luchan contra dragones. Fue entonces cuando caí en la cuenta que
estaba enamorada de ella, de Maggie, me había enamorado de una chica. De su
simpleza y dulzura, de ese aspecto
frágil. De su sabor a fresa y del tono naranja de sus mechones, esos que
enredaba entre mis manos. Esos que olían a vainilla, como toda ella. Me había
enamorado de alguien que despertaba en mí las ganas de volar y viajar hasta el
fin del universo sólo por poder traerle la estrella más pequeña y recién nacida
que existiera en ese momento.
–Maggie
–le había dicho yo-. Maggie, estoy enamorada.
–¡Y
yo! –me sonrió enormemente volviendo de nuevo su vista al cielo azul que nos
contemplaba.
–¿De
verdad?
–¡De
verdad!
–¿Cómo
de enamorada?
–Cómo…
Cómo… ¡Ay! ¡No sé! ¡Estoy enamorada! ¡Es simple!
No
lo era, en absoluto. Pues los cuentos de hadas están prediseñados para que no
te enamores de una chica, y menos desees besarla, sentir sus labios. ¿Qué me
pasaba? ¿era raro amar a alguien como Maggie? Creo que no, es simplemente que
ella conquistaba a todos los que la miraban a los ojos, a los que la veían
sonreír con el alma. Ella tenía nombre propio, tenía gusto y olor
característico y todos querían y adoraban a Maggie, todos querían cogerla de la
mano, todos, yo incluida. Ella, ella, ella…
Pero
cómo los pájaros con las estaciones Maggie se fue, voló alto, se alejó de la
tierra dónde yo posaba mis pies. Echó a volar y se fue, me dejó vacía, con las
mariposas revoloteando alteradas en mi estómago, sabiendo que ella no pensaba
volver, porque ella siempre me dejó muy claro algo.
-Beth,
querida, ¡yo estoy enamorada de la vida!
Me gusta, no encuentro que sea triste, la verdad... Lo peor es que, tienes razón, los cuentos de hadas no están para estas cosas, por desgracia, pero, ya sabes lo que te digo siempre, todo vuelve, y el destino siempre se guarda una carta bajo la manga, y si están destinadas, lo estarán siempre, porque si Maggie está enamorada de la vida, Beth es un pedazo de ella.
ResponderEliminarYo ya te dije en su momento que este texto es genial, así que nada más que añadir :)
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