Tiró las llaves de casa en cualquier
rincón el cual no recordaría la mañana siguiente. Se descalzó en la entrada y
cogió los tacones con ambas manos. Y así, descalza y con las manos llenas de
pedazos de corazón se arrastró a la cama, se abandonó a su instinto y se dejó
caer sobre el colchón. Su pelo se desparramó encima de las sábanas de seda
francesa y su maquillaje se perdió en la almohada, dejando una máscara que le
pesaba cuando la llevaba puesta. Sus brazos temblorosos se abrazaron a la
almohada y por todas las paredes resonó el eco de un llanto.
Cuando ser fuerte no es una
opción sino una imposición por uno mismo, acabas agotado emocionalmente, pero
ella, ella no podía permitirse el lujo de que los demás vieran cómo de frágil
podía llegar a ser. Con las lágrimas recorriéndole las mejillas, muriendo en la
almohada junto al rímel y al pintalabios. Y es que toda máscara de hielo empezó
siendo una cálida sonrisa, y toda cálida sonrisa empezó siendo una mirada
furtiva entre la gente, una conversación silenciosa. Y su máscara no era un
excepción y es que le habían prometido el mundo, el paraíso, le habían
prometido para luego des-prometer. Y como cada noche desde entonces lloraba,
abrazada a la almohada. Esperando que sus susurros volvieran. Y así, llorando,
indefensa sobre su cama, acababa por dormirse, imaginándose sus brazos
rodeándola, imaginándose su olor y su calor contra su ser. Pensando en su sonrisa,
y noche tras noche rememoraba aquel día en el cual ella había sentido que el
paraíso estaba a tocar en las yemas de sus dedos, a rozar de su corazón.
Era una fría noche, se abrazaban
bajo las sábanas y sus cuerpos parecían fundidos en uno sólo. Ella sabía que
estaba a su lado y sonreía al dormir, sin embargo algo la despertó, movimiento
en la cama, había dejado de abrazarla y suspiró girándose hacia el otro lado.
Pasó el brazo, rodeando así su torso y besó su hombro con cariño. Y en el
silencio de la noche sucedió aquello que anhelaban sus labios, su corazón.
Aquello que jamás pensó que llegaría a escuchar tan dulcemente susurrado.
–Te quiero.
Ese día, ella no pudo evitar
derramar una lágrima de felicidad, la primera de muchas, primero de alegría,
luego se convirtieron en lágrimas de rabia, y por último fueron lágrimas de
soledad.
Así es la vida, chiquilla, no hay más. Un texto conmovedor, ¡pero creo que los has tenido mejores (no por ello deja de gustarme)!
ResponderEliminarUn muaki :)
me has puesto los pelos de punta, empezando por tristeza y después por felicidad acabando de nuevo en tristeza
ResponderEliminarQué altibajo de emociones, como dice Raquel. Tristeza, felicidad, y de nuevo tristeza. Supongo que todo lo que empieza acaba, y que ésta última tristeza también finalizaría en algún momento :)
ResponderEliminar(tenía ganas de volver a leerte, he estado de vacaciones y no he podido :)
¡Un beso!
grande peque! :)
ResponderEliminar(ojala y el viento me hubiera arrastrado hasta aquí mucho mucho antes, porque estas bellas letras tuyas ya se han quedado en un trocito de mi corazón; ¿puedo quedarme aquí, en este maravilloso rincón?:)
ResponderEliminar*mimitos, desde Nunca Jamás*
¡Pero que bonito!
ResponderEliminarMe gustó tu blog, y procedo a seguirte. Que estés bien ^.^