¿Has tenido miedo alguna vez? ¿Has pensado como sería tu final? Ella no, nunca lo hubiera pensado. Nunca, pero ahora creía que el final era su salvación, la salvación de su tortura de la vida entre las cuatro paredes de un cuarto liso, de unas paredes grises que acababan por volverla loca. Luchando con los ratones por la poca comida que a veces obtenía, desesperándose por no ver la luz del sol y no ver en la oscuridad. Ya no vestía chanel, ya no olía a coco, ella ya no era la que solía ser. Tenía las uñas rotas y mordidas de la ansiedad. El pelo sucio, remendado, castigado por la sequedad y la suciedad de su celda. Consumida hasta el punto de dolerle el cuerpo si se sentaba, notando como los huesos de su cuerpo se clavaban y dolían, pinchando aún más su moral. Se hundía a llorar a menudo. Otras pensaba que nunca iba a salir de aquello y que no merecía la pena sentir en absoluto.

Solía pasar las horas sentada en un rincón de su prisión, enrollada en sí misma, clavándose las rodillas en el pecho y notando sus músculos chillar de dolor. Su mente la torturaba con recuerdos, con pensamientos, con sentimientos de asco y rechazo. La voz de él, las manos con las que la manejaba y la ataba, como la llamaba por un nombre que no era el suyo. La pequeña Sophie, solía llamarla, pero ella se llamaba de otra manera ¿no? Le había teñido el pelo a color negro, y recordaba el tono de dulzura con la que se dirigía a ella en primera instancia. Mantenía una rutina de teñirla y proveerla de ropas que seguramente pertenecían a aquella que pretendía que fuera, con esmero intentaba darle el aspecto que se suponía que Sophia tendría. Estando siempre a punto para cuando él quisiera sacarla de su celda, a su merced, siempre con las ataduras en las manos.

Me pequeña Sophie, estás aquí, conmigo… Mi pequeña, por fin…

Los escalofríos de Lucille –la muchacha-, iban en aumento, cuando le acariciaba con ternura el rostro, el pelo, la miraba con los ojos borrachos de amor y sus manos temblorosas la exploraban, la medían en cada gesto. Ella lloraba, soltaba lágrimas y sollozaba mientras él la miraba sin verla, creyendo que era su Sophie. Temblaba de miedo, de puro terror, y cada día que pasaba su temor se convertía poco a poco en asco, repulsión hacia lo que había degenerado aquello. En un principio se había resistido, había gritado por ayuda, había intentado escapar incluso, pero los golpes luego eran terribles, molía su cuerpo como una apisonadora, como un huracán barriendo los pueblos. La dejaba casi inútil gritándole, denigrándola “¡No eres más que una maldita zorra! ¡Una zorra inmunda que no aprende a estar en su sitio!”. Así que había aprendido a callar, a llorar en silencio, despacito, procurando que sus lágrimas no emitieran el más mínimo sonido, mientras por dentro su alma se descomponía, llorando como un crío pequeño. Llorando desesperada por la repulsión que sentía por dejarle hacer aquello, por engañarle, por dejarle creer que era Sophia, pero debía serlo, porque sino el castigo era mucho peor, y así, por dentro, se descomponía lentamente, cayendo a trozos, como las gotas que caían de sus mejillas en el suelo, dejando débiles topos mojados de la salada lágrima que había huido de sus ojos.

Así que fingía ser Sophia durante los ratos que él la acariciaba, la sostenía entre sus brazos y la bendecía por haber vuelto a ellos. Luego en su celda, en su habitación gris lloraba, lloraba desconsolada, sollozaba hasta que su corazón se vaciaba y jadeaba faltándole aire y amor propio, herido hasta lo más profundo de su ser. Y mientras la amargura la comía viva, le nublaba la vista, y encerraba bajo llave lo que aún quedaba en pie de sí misma.

Lucille había creído que eso duraría para siempre, pero una de esas veces que se abría lentamente la puerta –la muchacha pensaba que debía tratarse de plomo por como pesaba y se movía-, él apareció con el semblante torcido. Algo en ella quiso gritar, fundirse con la pared gris, huir entre las piernas de aquel hombre, gritar “¡Socorro!”. Pero enmudecía, pálida, sabía que él ahora no esperaba sus lágrimas, su angustia, pero sonrió de forma macabra.

Lucille –la llamó y ella ahogó un grito pues sabía que el que no la llamara Sophia no podía ser un buen síntoma-. ¿Sabes qué día es hoy?

Ella negó débilmente con la cabeza, temblando, llorando, encogida en la esquina de su cuarto, intentando en vano confundirse con el gris de su cuartillo.

Es tu cumpleaños, hoy Lucille, cumples veintitrés años, ¿y sabes qué significa eso Lucille? –volvió a negar con ríos de lágrimas surcando sus mejillas-. Que ya no puedes ser Sophia nunca más… Ya no…

Quiso gritar de nuevo, su corazón se encogió, le faltó el aire durante unos segundos, palideció, a través de sus ojos se vio el terror, el horror que habitaba en su alma, recorriendo su cuerpo en espasmos, con sollozos, rompiendo a llorar, dejándose caer en el suelo. Estalló como nunca antes había estallado, suplicando, con voz quebrada, con el corazón en la boca, con la única esperanza de que sus suplicas bastaran para amedrentar el corazón del amante loco de Sophia. Y mientras ella lloraba, el hombre plantado en la puerta saboreaba ese momento, el momento en el cual le suplicaba, le prometía ser Sophia por siempre, degustaba la desesperación por estar en sus brazos, por no morir, dejando a un lado cualquier cosa sólo por quedarse allí, respirando con él. Sintió el pecho hinchado de satisfacción cuando la muchacha se tendió en el suelo llorando cual criatura, deleitándose lentamente en su pena, en su terror y amargura. No pudo hacer otra cosa que sonreír satisfecho mientras veía como Lucille con las raíces rubias como el oro clamaba por otro día más de vida, como suplicaba con toda su alma seguir siendo Sophia para él. Sin embargo Sophia no tenía veintitrés años. Y Lucille no podía ser nunca más Sophia, no para él.

Finalmente, tras la sonrisa de aquél hombre, ella comprendió que iba a matarla.

6 comentarios:

  1. LKASJDFASLDGJLAJSDLGJLASJKDLTAS. SIN PALABRAS. Después de llevar un tiempo sin leerte, encontrarme con algo así sólo me da ganas de leerte más y más. Me has dejado alucinada con la entrada. Es flipante la escena que has descrito. Es muy triste que Lucille, con la vida que llevaba, sin poder ser ella misma, deseara aun así poder respirar como Sophia. Brrrr, me has dejado con la piel de gallina.

    ¡Un beso!

    P.D.: ¿me puedes explicar lo de la etiqueta "novela"? :) ¿Están todas las entradas de ella relacionadas entre sí?

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  2. Esto es transmitir con las palabras, desde luego. De las mejores entradas que he leído desde hace tiempo, en serio, impresionante.
    Enhorabuena. Un beso.

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  3. Veo que me has hecho caso y me gusta la chicha que le has metido en el penúltimo párrafo, ahora sí que se puede decir que este texto está perfecto.

    Sigue así, nena, que cada día lo haces mejor :)

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  4. Mis felicitaciones, ¡¡qué final, no me lo esperaba para nada!!

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  5. Increíble tu entrada, y muy original. Al principio sitúas perfectamente al lector y comprende el dolor de Lucille. Y luego... bueno impresionante ese final, ese aferrarse a vivir. De verdad que espero que Lucille escape, que pueda tener un final feliz siendo ella misma y no Sophia. Te leeré más a menudo. Un abrazo ^^

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  6. Joder, me has puesto los pelos de punta y mi pecho se aceleró por momentos... el final, sin palabras, inesperado... y muy real, supongo que todos actuaríamos así si nos encontráramos en esa situación...

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