Su silencio sólo se
veía interrumpido por el breve tragar de su garganta, bebía y bebía para
olvidar. Era un proceso que repetía cada noche en cualquier bar. Luego
levantaba con dolor de cabeza, pero no solía importarle. El tequila ahora era
lo único que consolada su alma, bueno, eso y los viejos versos de una canción
de Linkin Park, de esa que decía “i’ve became so numb, i can’t feel you here…”.
Y mientras volvía a levantar el codo se fijó en el ambiente que tenía a su
alrededor, pues desconectaba de tal forma que parecía hallarse sólo y decidió
volver a la realidad, sólo un rato se dijo.
Lo cierto es que el
panorama era el mismo de cada noche, de cada jueves, del mismo bar de cada día.
Ese olor a muerto que inundaba el local, la mesera de siempre. La misma gente y
gente que topaba por casualidad con lo que les parecía diversión. El mismo
gordo dormido al final de la barra y sonrió sabiendo que él y este hombre no
debían diferenciarse tanto. Tirados allí, a la merced de la vida, y es que
cuando un hombre pierde la cordura siempre hay una mujer detrás, cuando un
hombre gana mil batallas siempre hay una mujer detrás. “Mujeres, esas que no
quieres y deseas siempre” Kenneth pegó el último trago que quedaba de su
botella y miró el vaso vacío. ¿Sería alcohólico? ¿Adicto a beber? A menudo
pensaba en aquellos ojos por los cuales ahora se emborrachaba y maldecía las
millones de veces que había saboreado sus labios sin importarle nada. Y ahora
tendido en la barra del bar de siempre sopesaba si perder la cabeza por esa
mujer no había sido un precio demasiado alto a pagar. Pagó las copas que le
debía al olvido por aquella noche y decidió que por hoy ya había enviado
tequila suficiente para seguir pudriendo las mariposas que residían en su
estómago.
Nada más llegar a
su piso soltó las llaves dónde le pareció y se dirigió a su cama mientras se
quitaba la camiseta, tirándola al suelo. Sólo quería abrazar sus sábanas y
saber que estaría a buen recaudo hasta al día siguiente. Hasta que lo
despertara el nuevo día apisonándolo con la cruel verdad, con ese dolor de cabeza
que lo martilleaba como la culpa por dentro. Se quitó las bambas como pudo y se
dejó caer en el colchón. Inspiró hondamente. Luego otra vez. Inspiró varias
veces hasta darse cuenta que por fin podría descansar. Sintiendo el tequila en
sus labios y cogió una bocanada de aire. Empezó a caer, a caer preso de sus pensamientos,
cuando algo martilleó su cabeza. Ese maldito teléfono –pensó-, acabará por
acabar conmigo el hijo de puta.
―Hola, soy Kenneth ¿Quién
habla?
―¡Cabrón! ¿no me
digas que estás borracho? –espetó una voz atronando su cabeza.
―No Mike, no estoy
borracho… Solo un poco bebido…
―Es lo mismo, ¡pues
vete a la ducha ahora mismo! y preséntate en la oficina, tenemos una emergencia.
―Ahora voy a… -no
le dio siquiera tiempo a replicar que el otro ya le había colgado.
Maldijo toda su
estampa. Como podía ser que en las noches que más soledad necesitaba siempre
ocurría algo. ¿Cómo podía tener la mala suerte de no tener soledad? Sin embargo
allí estaba él tumbado boca abajo en la cama, con todas sus cosas esparcidas
por el suelo de su piso, incluidas sus ganas de moverse y de abandonar su
lecho. Pero junto a él el teléfono le recordaba que debía irse a la oficina, a
ver qué emergencia era esta vez. Sabía que Mike rara vez llamaba a altas horas
de la madrugada y eso consiguió que se moviera hacia la ducha. Se miró al
espejo y suspiró, mirándose. Con la barba sin afeitar, desdeñosa. Con el pelo
revuelto y algo sucio. Debía ducharse, estaba claro. Pero nadie le había dicho
nada de afeitarse. Se dispuso a limpiarse los dientes cuando la realidad le
impactó como un ladrillo sobre la cabeza. Allí estaba el capillo de dientes
rosa junto al verde. Allí estaba el recuerdo de otra vida de otro tiempo. De
cómo había abierto su corazón a alguien y sólo quedaba ese triste cepillo de
dientes. Como traído por el universo a recordarle que su dolor seguiría allí
con sus mariposas, ahogándose lentamente por culpa del tequila.
La oficina tuvo que
esperar, porque pegó de la misma rabia al espejo que reventó, y ahora le devolvía la
sonrisa repetida en miles de pedazos, como congelada. Se magulló los nudillos, asociando el dolor al golpe pues eso siempre
le parecía más lógico.
Triste, muy triste, pero a su vez es el día a día de muchos corazones rotos, o heridos por aquello en lo que una vez creyeron... Me gusta mucho esa realidad, y ese pequeño detalle del cepillo
ResponderEliminarMuy buena narración, planteamiento y desenlace. Me gusta mucho como enfocas "las mariposas del estómago", de qué manera se plantea Kenneth en acabar con ellas, cuestionándose así mismo si lo está haciendo bien o de lo contrario solo le está perjudicando.
ResponderEliminarSigue así.
Ah, ¡he encontraro una errata! Última línea "eos". ¡Corrige eso inmediatamente! ¡Qué tía, jajaja!
Un besazo.
Nada de normalito.
ResponderEliminarTienes una prosa excelente, querida Lenda.
Espero deleitarte siempre que tenga un hueco.
No me olvido de ti. :)
Gracias por ser como eres.
Me encanta, el relato esta genial, cuando tenga algo de tiempo me ire leyendo los anteriores :) Un saludo de parte de @Rataconalas
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